La salud mental, tema de estas Jornadas, no
tiene más definición que la del orden público;
es ésta entonces la que les propongo para sintetizar lo que parecen ser las
sospechas, incluso, el desdén manifiesto, expresado durante estas jornadas,
hacia el concepto de salud mental desde le punto de vista psicoanalítico. La
salud mental, por tanto, definida según el orden público. Y, en efecto, me
parece que no hay criterio más evidente de la pérdida de la salud mental que la
que se pone de manifiesto en la perturbación de ese orden.
Normalmente, además, los pacientes de la salud mental son seleccionados
a partir de una perturbación de esas características, que puede llagar hasta el
orden supuestamente privado de la familia. Es decir –y discúlpenme si esto
puede parecer un poco burdo- que lo más importante en la vida, con respecto a
la salud mental, es andar bien por la calle. Y aún más atravesarla, cruzarla
sin ser atropellado. En el uso común que tenemos en París –el sentido común,
por lo demás, siempre tiene razón- la manera de expresarlo es decir que no se
podría confiar en alguien para cruzar la calle con un niño. Me parece un
vedadero criterio de salud mental.
Podemos ver así, por ejemplo, que en el campo, cuando no había calles y
menos aún coches, los estándares de la salud mental eran mucho más relajados
que hoy, en las ciudades, donde hay una circulación automovilística intensa. Y
cuanto más intensa, más exigente es la salud mental. No sé si esto tendría
comprobación estadística, es un tema que podríamos proponer a nuestros amigos
científicos: la correlación entre los
estándares de la salud mental y el estado de la circulación de los coches.
Se sabe también que hay quienes
ya no vuelven a salir de su casa. Pero eso molesta también al orden público en
el ámbito de la familia. Puede ser un signo importante que un adolescente, por
ejemplo, se quede encerrado en su habitación. Eso puede hacer sospechar algo
desde el punto de vista de la salud mental. Y si no tiene familia, una persona
que nunca sale a la calle molesta a la portera –impotante personaje de la vida
ciudadana-. Todo el mundo sabe que hay que tener buenas relaciones con la
portera. Es una broma, pero es verdad que con la salud mental se trata siempre
del uso, del buen uso de la fuerza.
Me parece además un hecho de experiencia, según el testimonio de quienes trabajan en las instituciones
correspondientes, que la salud mental es, fundamentalmente, es una cuestión de
entrar, de salir y también de volver. De otro modo se trata de fugas. Volver
después de haber salido, es esencial al orden público. Volver a casa a dormir,
por ejemplo, puede evitar el divorcio. El problema central, en la práctica de
la salud mental, es a quién se puede dejar salir y que se puede salir si se
vuelve para tomar la medicación.
Los trabajadores de la salud mental
son quienes deciden si alguien puede circular entre los demás, por la calle, en
su país, entre los países, o si, por el contrario, no puede salir de su casa, o
si sólo puede salir para ir al Hospital de Día, o si no puede salir del
Hospital Psiquiátrico. Y ya sólo queda por decidir si ha de estar atado porque,
en algunos casos, la peligrosidad es rebelde a la medicación.
Los trabajadores de la salud mental se
reconocen próximos a los de la policía y la justicia, que son trabajadores
también. Y esa proximidad les ofusca, tratan de alienarse en otro lado, pero es
también una confesión. La salud mental tiene, por tanto, como objetivo –no
puedo imaginar otro- reintegrar al individuo a la comunidad social.
Pero, al mismo tiempo, conformarnos con establecer la equivalencia
entre salud mental y orden publico no es suficiente como, de hecho, demuestra
la diferencia entre esas categorías de trabajadores. Hay perturbaciones que
incumben a la salud mental y otras que
conciernen a la policía y a la justicia. Debemos preguntarnos cual es el
criterio que situa a un individuo de uno u otro lado de la salud mental y el
orden publico.
Ese criterio operativo es la responsabilidad. Es el castigo. Lacan
escribe que la responsabilidad como castigo es una de las características
esenciales a la idea del hombre que prevalece en una sociedad dada. Y quizás
pueda parecer sorprendente que, entre sus Escritos, haya un texto sobre Criminología y psicoanálisis. Pero, al contrario, Lacan acentúa la
esponsabilidad como un concepto esencial en la distribución de la salud mental,
el orden publico y el psicoanálisis.
La noción crucial entonces, para el concepto de salud mental, es la
decisión sobre la responsabilidad del individuo. Es decir, si se es responsable
y se puede castigar o, por el contrario, si se es irresponsable y se debe
curar. Me parece bastante evidente que la mejor
definición de un hombre en buena salud mental, es que se le puede castigar por
sus actos. Es una definición operativa, no ideal. Ceaucescu, por ejemplo, no
tiene una buena salud mental, no se le puede castigar. Si alguien le llama
paranoico será encerrado en un lugar de serlo Ceaucescu. Es el tema al que
pretendo aludir cuando la encarnación, el propio poder de castigar, está en
posición de escapar al diagnóstico de la salud mental.
¿Y qué significa la irresponsabilidad? Significa que
los demás tienen derecho a decidir por alguien, es decir que se deja de ser un
sujeto de pleno derecho. El término de sujeto, por tanto, no se introduce a
partir de lo mental sino a partir del derecho. Y puede verse ahí la imagen
misma del totalitarismo: que otro decide siempre y que, en un Estado semejante,
son todos los demás los que están locos. La prueba es que no pueden salir del
país.
Pero centrémonos en esta idea de irresponsabilidad. Es
irresponsable quien no puede dar razón de sus actos, quien no puede responder
de ellos. La propia palabra de “responsabilidad” incluye respuesta, es la misma
raíz. La responsabilidad es la posibilidad de responder de sí mismo. Si, para
el psicoanálisis, es tan interesante la Criminología es porque plantea el
problema de si la enfermedad mental llega a suspender el sujeto de derecho.
Y aquí podemos corregir nuestra primera equivalencia
para decir que la salud mental es parte del conjunto del orden público, una
subcategoría. Por ejemplo, se puede notar que la neurosis obsesiva es
perfectamente compatible con él. Hasta el punto incluso de que podríamos
preguntarnos si los inventores del orden público no fueron neuróticos
obsesivos. Un juez que piensa todo el tiempo en el acto sexual no por ello deja
de actuar como juez. Puede judicar perfectamente y, mientras tanto, no tener
otra cosa, en su pensamiento, que obsesiones sexuales. También la paranoia, a
veces, es perfectamente compatible con el orden público, más en unas
profesiones que en otras. Sólo a un paranoico he oído decir, en mi consultorio,
que estaba en perfecta salud mental. No sé si por eso podría decirlo alguien
que no fuera paranoico.
Creo entonces que, en este punto, podemos tomar ya una
posición unívoca al respecto de la relación entre el psicoanálisis y la salud
mental: el psicoanalista, como tal, no es un trabajador de la salud mental y
quizás sea ése, precisamente, el secreto del psicoanálisis. A pesar de lo que
se pueda pensar y decir para justificar ese papel en términos de utilidad
social, el secreto del psicoanálisis es que no se trata de salud mental. El
psicoanalista no puede prometer, no puede dar, la salud mental. Sólo puede dar
la salud: saludar al paciente que viene al consultorio. Además, cuando funciona
bien, es él quien se queda ahí encerado como si se retirara a sí mismo de la
circulación.
En el psicoanálisis tiene mucha importancia saludar
bien. Se dice, por ejemplo, que en su última época, la sesión lacaniana se
reducía a un saludo. Quizás el saludo analítico sea lo esencial. Podríamos
entonces oponerlo a la salud mental. Lo he visto recientemente porque alguien,
a quien no había saludado bien, me pidió un análisis muy poco tiempo después. Se
trata de que el saludo incide en la propia práctica sin que se pueda anticipar
el resultado inmediatamente.
En eso radica la diferencia entre ambos. Y en eso se
puede interrogar la utilidad del psicoanálisis porque, desde el punto de vista
del orden público según se dice, la gente que se analiza tiene buena salud. La
diferencia y, quizás, la paradoja desde ese punto de vista, es que el
psicoanálisis es un tratamiento que se dirige al sujeto de derecho como tal, al
sujeto de pleno derecho. Es decir que nuestro trabajo se dirige a enfermedades mentales –si quieren llamarlas
así- en las que hay un sujeto de pleno derecho. Un sujeto que responde de lo
que hace y de lo que dice hasta el punto de saber que, si no puede hacerlo, las
cosas no van bien. No le parece que sea una tontería decir y hace cosas de las
que no puede responder. Quienes se introducen en la enseñanza de Lacan pueden
situar el término de sujeto a partir de esa dimensión de respuesta, de
capacidad de respuesta. El sujeto de derecho tomado así, en la vertiente de la
respuesta, es el sujeto de la enunciación, como decimos utilizando un término
lingüístico. Es el sujeto que responde de su enunciado, para lo cual es
necesario no confundirse con él.
La condición, entonces, para distinguir al sujeto de la
enunciación es que puede tomar distancia respecto a lo que él mismo enuncia. Es
el sujeto que puede notar que ha dicho algo pero que no sabe por qué o que no
cree en lo que ha dicho, o sabe que es una broma o piensa lo contrario de lo
que dice. El sujeto capaz de judicar lo que dice y lo que hace. A partir de la
conexión entre salud mental-orden público-responsabilidad-derecho-respuesta, se
puede entender la importancia, el lugar destacado que Freud dio al concepto, tan importante quizás, de
sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa es, propiamente, el pathos de la responsabilidad, la patología
esencial del sujeto. ¿Y cuál es su sentido? Que me siento responsable de no sé
qué. Y se puede decir que es una precondición de la práctica analítica. En
cierto modo, entonces, comprobar su existencia o producirla es el objetivo de
las entrevistas preliminares. Se trata del sentimiento de culpa en tanto afecto
del sujeto del inconsciente. Y cuando comprobamos que existe podemos decir que
hay un sujeto capaz de responder. A tal punto es así que Lacan define al sujeto
propiamente como una respuesta. En el psicoanálisis podemos llegar hasta ese
límite de decir que el propio sujeto es una respuesta.
Y ése es el fundamento del lazo social y lo que Freud
inventó: el punto de vista psicoanalítico sobre la sociedad. Freud no definió
la sociedad por la salud mental sino a partir de un mito y no cualquiera: el de
un crimen primordial en el origen de la ley. Es el mito que dice “todos
culpables”. Es la respuesta mítica al “yo me siento responsable de no sé qué”,
la respuesta de la muerte del padre.
Y es también lo que permite comprender por qué Lacan
aconseja rechazar de la experiencia analítica a los canallas. ¿Qué es un sujeto
como canalla? Es el que siempre se inventa disculpas para todo. Y también hace
ver lo que Lacan destacaba en las entrevistas preliminares: la rectificación
sujetiva preliminar al análisis. El sujeto entra en análisis quejándose de los
demás y esa rectificación- el ejemplo clásico es el análisis de Dora- le lleva
a percibir que él tiene algo que ver con esas cosas de las que se queja, es
decir que se trata también de su culpa. Porque a pesar de los fenómenos
superficiales que pueden manifestarse en la experiencia, sabemos que el sujeto
del inconsciente es siempre un acusado y es en este sentido en el que Freud
inventó el superyó, para demostrarlo.
“No hay que retroceder frente a la psicosis” es una
frase de Lacan que se repite por todas partes, en Brasil como en Europa o en
Canadá. No hay que retroceder pero con excepciones. Podríamos discutirlo a
propósito del análisis de los paranoicos, por ejemplo, porque presentan
dificultades técnicas que son difíciles de superar. El paranoico, precisamente,
está en la posición subjetiva del acusante y no del acusado. Lo que llamamos un
paranoico está en esa posición subjetiva, perseguido pero por culpa de los otros; y los
perversos, quienes enuncian comportamientos que, según la clasificación
psiquiátrica, se llaman perversos, eluden esa misma definición. Un verdadero
perverso no vine a pedir un análisis y si por error lo hace se va.
Pero un perverso puede pedir un análisis en tanto tiene
un sentimiento de culpa a propósito de su comportamiento; cuando deja de
inventar disculpas por lo que no puede evitar hacer. La experiencia hace pensar
más bien además que se trata de personas de alto sentido moral contrariamente
al retrato del perverso que se hace normalmente. En la posibilidad de
analizarlos, por tanto, la presencia del afecto subjetivo de culpa tiene un
carácter decisivo. Y a propósito del perverso, hablar de lo que alguien no
puede dejar de hacer, nos permite justificar en el análisis el concepto de
pulsión.
¿A qué llamamos pulsión-que es otro de los mitos
freudianos-? Hablamos de pulsión cuando las cosas se presentan en esa dimensión
de que no se puede dejar de hacerlas y con el problema consiguiente de si, en
ese sentido, hay sujeto de derecho o no. Lacan puede decir, en ese sentido, que
la pulsión es acefálica y que, en esa misma medida, hay como una suspensión del
sujeto de derecho. Para hablar de la posición subjetiva en la pulsión, podemos
decir que se trata de la relación del sujeto con una demanda contra la que no
puede defenderse. En ese sentido, hay una conexión entre la pulsión y el
superyó al mismo tiempo que la palabra defensa tiene también una dimensión
jurídica.
Esta perspectiva que les propongo permite localizar la
articulación entre pulsión y deseo; la pulsión como mito freudiano y el deseo,
tal como nosotros lo vemos, como un mito lacaniano. Y cómo se diferencian si no
es en que hablamos de pulsión cuando el sujeto se queja de no poder defenderse
y de deseo cuando el sujeto se queja de no poder defenderse demasiado bien. La
diferencia está precisamente, en la defensa. En el deseo es interna a la propia
dinámica en tanto que desear y rechazar el deseo están vinculados, se hacen en
el mismo movimiento. Hablamos de pulsión, al contrario, cuando la función
subjetiva en incapaz de introducir la defensa.
Pero dirán Uds. Que eso no es el sentimiento de la
culpa. Sin embargo, el sentimiento de culpa no impide la reivindicación, sino
que la favorece. Y hay que entender la conexión entre ambas porque podrían
parecer contrarias. Sin embargo, sólo un sujeto de derecho puede tener
sentimiento de culpa, es decir un sujeto puede decir “tengo derecho a” y ése es
el principio mismo de la reivindicación. Si Uds no piensan que la
reivindicación es algo esencial a la práctica analítica es sólo porque Uds no
se percatan de que la castración sólo tiene sentido sobre el fondo de la
reivindicación.
Y en eso el estado de derecho es indispensable al
psicoanálisis clandestinamente como J. P. Klotz, al volver de la unión
soviética, nos ha explicado recientemente. A medida que ese gran país transforma
en estado su derecho, puede entrar al psicoanálisis. Puede verse la conexión,
al mismo tiempo que los derechos humanos entra el psicoanálisis. Hay que tener
el derecho de callarse, no se puede psicoanalizar donde sólo existe el derecho
de hablar, y el deber además.
Así, para continuar en esa línea, se necesita que el
analista, por su propia salud mental, haya sido curado del sentimiento de
culpa. Es peligroso, de otro modo, dirigirse a un analista. Y eso podría contestar
a la pregunta de ayer sobre la formación. La formación de los analistas podría
resumirse en curarlos del sentimiento de culpa.
Es peligroso, por tanto, porque la formación de los
analistas está cercana a la formación de canallas y por eso hay que distinguir:
hay que curarlos del sentimiento de culpa en tanto que dirigen la cura y al
mismo tiempo, y es lo más difícil, no curarlos de él en tanto que sujetos.
Hemos escuchado a Lacan en su seminario quejarse, por ejemplo, de la exigencia
de su superyó. De manera que se trata de curarlo en la función de analista para
reforzarlo, sin embargo, como sujetos. Hay que pensar además, que Lacan tenía
que pagar sus deudas, tenía que hacerse perdonar el habernos abierto las
puertas del psicoanálisis a nosotros. Y
lo pagó con un trabajo teórico.
La reacción terapéutica negativa según una expresión
freudiana que no me parece muy feliz, tiene como objetivo precisamente pasarle
la culpa al analista, -“Ud no me puede curar”-, es decir, desplazar la culpa al
otro. La castración, impensable en lo puro real, no tiene sentido sino para el
sujeto de derecho, para el sujeto que puede decir “tengo derecho a”.
Y eso constituía, para Freud, la roca de la experiencia
analítica. Por explicarlo en términos de mercado, es como si el sujeto tuviera
un cheque al portador que no puede ingresar en caja. Ese cheque al portador es
lo que se llama el falo y, muy precisamente, el falo como símbolo, el
fundamento mismo de la queja del psicoanálisis: “tengo derecho a algo que no
puedo cobrar”. Es decir que el sujeto llega siempre al análisis como un
cobrador, y el psicoanalista es el cajero:
-“Explíqueme qué cheque al portador tiene Ud.”-. Y el
resultado, al final, es que el cobrador quien paga y sólo por haberle
presentado el cheque al cajero porque éste nada más accede a discutirlo. En eso
el psicoanálisis puede parecer una estafa y se puede poner en duda si tenemos
la bastante salud mental para jugar a ese juego.
La castración, el propio concepto freudiano, sería
impensable si no se trata de un derecho al falo tanto en el caso de un hombre
como en el de una mujer. Es, incluso, el más difícil del lado masculino por ser
portador del órgano. Sabemos –y éste es el otro secreto del psicoanálisis, un
secreto a voces- que el cheque nunca estará en caja porque la caja está siempre
de la otra parte. Y ésa es la castración
imaginaria: a pesar de tener el cheque al portador, uno siempre tiene la bolsa
vacía.
La verdad es que se trata de un cheque tal que, para
cobrarlo, no hay en el horizonte otra solución que ocupar el lugar del
analista, es decir, transformarse en cajero. Los analistas son, según eso, los
desesperados del cheque al portador, quienes han abandonado la idea de cobrarlo
con el resultado paradójico de que tienen la bolsa vacía.
La verdad es que se trata de un cheque tal que, para
cobrarlo, no hay en el horizonte otra solución que ocupar el lugar del
analista, es decir, transformarse en cajero. Los analistas son, según eso, los
desesperados del cheque al portador, quienes han abandonado la idea de cobrarlo
con el resultado paradójico de que tienen la bolsa llena.
Lo que pone en evidencia que el sujeto a la castración
es el sujeto de derecho, el que tiene que descubrir que su cheque al portador,
el que cada uno tiene, es imposible de cobrar. A veces hay que intentarlo con
varios analistas para estar seguros de que ninguno va a pagar el cheque. En
eso, en tanto que sujeto de derecho, es también sujeto de deber, es decir que
obedece a la orden: “tú debes cobrar”. “tú debes cobrar” se traduce en términos
de goce, cobrar el goce. Y lo que se
descubre es que sólo presentando el cheque ya se goza bastante, es decir que se
goza al presentar el cheque con palabras
Y es lo que causa risa de de la salud mental porque se
trata, en ella, de la perturbación estructural de lo físico, lo mental y lo
social. Hebe Tizio nos ha recordado la definición de la O .M .S: “estar completos
en lo físico, lo mental y lo social”. Hay que repetir lo que ella ya nos ha
señalado: que ésa es la voz dulce del imperativo imposible. Es decir, que es
una fórmula del super-yo moderno y muy bien descrito porque están presentes los
tres términos: físico, mental y social. Y hace ver efectivamente que lo mental
es un órgano y que no está reservado a la humanidad. Hay mental en un ser vivo
desde el momento que hay sentidos, desde que hay un aparato sensorial.
Los animales tienen también una mente que completa
necesariamente lo físico del ser
viviente. Esa mente,-ver pensar, recordar-les permite vivir en su ambiente. De
manera que lo mental es un órgano necesario para la adecuación de lo físico al
mundo. Sabemos mucho más ahora sobre la mente como órgano porque la bioquímica
del cerebro se ha desarrollado y, además, el conductismo permite comprobar que,
en las ratas y las palomas –como decía alguien en las jornadas-, lo mental es
un órgano útil para la vida, guía de vida. Barata es parte de un todo, por lo
que Lacan puede decir que el organismo va mucho más allá de los límites del
cuerpo individual. El organismo es el propio organismo, con el lado mental y
físico, más de su mundo.
¿Podríamos pensar un ser vivo sin mental? Sería un ser
viviente que se podría guiar sobre el puro real. Y es, en cierto sentido, lo
que Freud nos presenta con la libido. Con el mito construido por Lacan, a
propósito de la libido freudiana, se trata de un ser vivo sin aparato sensorial
que precisamente no conoce nada da la dimensión del mundo y que es del orden
del puro real. Y en ese sentido, se puede decir que, con el nombre lacaniano de
goce, se trata de algo que no quiere saber nada. Es ésa también la cuestión en
la pulsión, que no quiere saber nada. Podemos, con esto, establecer la conexión
con el tema del año que viene en Granada: ¿Qué se busca en el saber? La libido
mítica, mitificada por Lacan, no quiere saber nada.
El animal, como tiene una mente, no se dirige
sobre el puro real sino que hace de él una realidad. La diferencia entre lo
real y la realidad es la interposición de lo mental. Se puede, de esta manera,
describir perfectamente el mundo de la mosca. Precisamente Lacan cita una
descripción en la que le dan ganas de ser una porque se ve, en ella, que la
mosca tiene una perfecta salud mental en tanto que la definimos como la armonía,
el equilibrio, del Inmwelt y el Unmwelt.
Pero, para
el hombre, el mundo está tomado por lo social. Hay que decir que el lenguaje
perturba fundamentalmente la adecuación del Inmwelt y el Unmwelt, es decir que
la enfermedad mental está en nosotros desde el principio. Entonces nuestro
modelo de salud mental no es el del animal. En nuestro ambiente actual el
ejemplo de la salud mental sería más bien la máquina. Por eso se puede decir
que alguien “tiene los cables cruzados”. Es decir que nuestro ambiente no tiene
nada de natural sino que está estructurado por el lenguaje repleto de derechos
y deberes. Freud ya indicó que nuestra mente está perturbada por el narcisismo
que constituye un obstáculo, la consecuencia misma de esa perturbación sobre lo
mental. Conocemos su papel en la inhibición, por ejemplo.
Sin embargo no se trata en el hombre, en la
humanidad, solamente de lo mental cuando no se trata de lo físico. Hay algo no
mental, aunque lo parezca, que es el pensamiento llamado por Freud inconsciente.
El inconsciente no es del orden mental, se la debe distinguir de la mens, la mens sana in corpore sano. Lo que impide
la mens sana y el corps sano es la existencia disarmónica de
un pensamiento. ¿Cuál es la más clásica definición de la salud? La salud se
define por el silencio de los órganos pero está el inconsciente que nunca se
calla y así no ayuda para nada a la armonía.
Así
definida, la salud mental no puede servirnos, como tal de criterio en la
práctica analítica.
Esto será
mi clausura.
DEBATE
P.: Querría pedirle que aclarara, por
favor, la relación que ha establecido entre la reivindicación y sentimiento de
culpa que Ud. ha hecho equivaler en un momento y que además tendrían que ver
con posiciones clínicas con respecto a la culpa y a la falta.
J-A. Miller: He empleado el término de reivindicación que es el lado
positivo, activo, de la frustración, porque permite describir fenómenos que se manifiestan
en la experiencia. Por ejemplo, cuando la roca de la castración toma la forma
de la reivindicación de justicia podría pensarse que el sentido de culpa impide
que el sujeto asuma el peso de lo que no va bien. Y, en cierto modo, con la
rectificación subjetiva se trata de que lo asuma. Pero puede ocurrir, al
contrario, que se haga al analista responsable de que, a pesar de tener
derecho, el sujeto no tenga la satisfacción, lo que es un bloqueo de la
experiencia.
Se debe señalar también el derecho al goce en la
experiencia. El pinto de vista que he tomado, a partir de la salud mental,
acentúa por decirlo así, la dimensión jurídica de la experiencia. Pero desde el
punto de vista de la justificación, por ejemplo, hubiéramos podido explicar por
qué el sentimiento de culpa del que hablamos es inconsciente, por qué se puede
manifestar en lo que Freud llamó la roca misma. Eso introduciría la necesidad
de articular mejor el sentimiento de culpa y el complejo de castración.
P.: A propósito de lo que dijo sobre el perverso, que va a ver
al analista porque no se puede disculpar o porque se disculpa de lo que no se
puede disculpar o porque se disculpa de lo que no puede dejar de hacer. ¿Viene a disculparse o
viene a que lo disculpen? La posición que el perverso plantea es problemática
por la disculpa que, a mí entender, estaría pidiendo.
J-A. Miller: Creo haber empleado exactamente la expresión pedir
disculpas. No se puede dar una respuesta típica sobre lo que el perverso busca.
Ya es una pregunta, por ejemplo, qué es lo que busca en el saber y en las obras
de la cultura. Conocemos el lugar eminente que han tenido en ella los homosexuales. Pero hay que
pensar que le goce que obtiene, obedeciendo a la pulsión, se sigue para él una
insatisfacción, es decir que se trata también para él de que su goce no sea
completamente acefálico. El análisis a pesar, en su caso, de los
comportamientos perversos, se podría mantener si en el plano mismo del goce que
él sabe obtener mucho mejor que un neurótico, en algún lugar, hubiera una
defensa. Y hay muchas homosexualidades, como decía André Gide. Hablamos burdamente
de homosexualidad cuando el objeto es del mismo sexo, pero las prácticas son
suficientemente diversas como para localizar en ellas los estigmas de la
defensa contra otro goce, por ejemplo.
André Gide, por ejemplo, amaba a los jovencitos, a los
chicos jóvenes que aún no tenían, o casi no tenían, barba. Su práctica
homosexual consistía en la masturbación mutua y sentía horror de la penetración,
a lo que asistía en ocasiones con Lord Douglas, amante de Oscar Wilde. Por eso,
quizás, hubiera sido analizable; él mismo fue a ver a un médico psiquiatra
antes, y después, de casarse –pensaba que el casamiento lo podía curar- y llegó
a hacerse analizar aunque no duró mucho. Pero se puede seguir el camino de la
producción literaria, año tras año, y pensar si no se trataba, en ella, de una
cura por escrito.
En la propia obtención de goce, a pesar del desmentido,
de la denegación, de la castración, hay un lugar para la defensa. No creo que,
en el caso de los perversos, se trate de la “normalización” de la vida sexual
sino que, en este caso como en los otros, se trata de establecer el deseo del
sujeto que puede ser disarmónico con su goce. No somos, por tanto y según eso,
los guardianes del orden público. Y es
apasionante seguir los hechos clínicos: una vez localizados los encuentros
infantiles que han marcado para siempre jamás, para toda la vida, su modo de
obtener el goce, una vez hecho esto, el trabajo analítico se detiene y el
sujeto no tiene otra idea que buscar esas situaciones.
P.: Ud afirmó, de una manera muy bonita, que la paranoia es
compatible con el orden público lo que modificaría, según me parece, el
tratamiento posible de la psicosis. También que el paranoico puede decir que
tiene un perfecto estado de salud mental lo que supondría la existencia de lo
mental en lo psicótico. Otra paradoja que se me plantea es, si por el hecho
mismo de la castración, se puede decir que el psicótico es el hombre libre de
ese cheque al portador al mismo tiempo que es un sujeto dividido por el
lenguaje –porque el psicótico habla.
J-A. Miller: He hablado del paranoico precisamente porque es, en la
psicosis, quien se presenta como sujeto de pleno derecho. Es decir, que se
presenta para pedir justicia o para hacerla. En ese sentido es creador de orden
público, inventor de nuevos órdenes. La paranoia permite una conexión muy
estrecha con el problema del lazo social y del semejante; hay muchas cosas en
la cultura que debemos a grandes paranoicos. Y el paranoico es hasta tal punto
sujeto de derecho que parece salirse del análisis. Es además un derecho sin
culpa.
P.: Me gustó la metáfora de la casa. Y en una casa donde hay
una portera que juzga la salud mental, hay también varios inquilinos. Y puede
entenderse que hablen el mismo lenguaje y que, quizás, haya un malentendido en
el sentido de que, a la hora de la práctica, las buenas relaciones con la
portera, crean la confusión imaginaria. Quizás haya ahí unos límites por marcar
entre la teoría y la práctica, por la confusión entre la práctica y el exceso
de saber. ¿No es el motivo de esas jornadas?
J-A. Miller: Puede haber además otros varios motivos y también el deseo
de discutir con otros practicantes para quienes la salud palabra salud metal
tiene el proceso de nombrar el lugar donde trabajan.
Hay muchas prácticas ahora que se pueden llamar de
salud mental en tanto que se dirigen a la armonía de lo mental y lo físico. En
razón de su propia estructura, el psicoanálisis no está en esa categoría porque
agrega a ello el pensamiento. Es decir agrega el pensamiento inconsciente que
no es de lo mental ni de lo físico pero que tiene la eficacia de desordenarlos.
Es verdad que, en ese sentido, Lacan y Freud están en la misma línea de los
filósofos y los escritores del s. XIX
que propiciaron el psicoanálisis
por haber revelado que el hombre, como tal, es un enfermo. Es una
generalización, pero esta frase se encuentra tanto en Hegel como en Nietzsche y
forma parte de todo lo que prepara y
acompaña el descubrimiento freudiano. Eso ha permitido al psicoanálisis tomar
su orientación porque si es así, si es
un animal enfermo, es nuestra tarea curarlo. Como he dicho, en los EE. UU no
tienen ninguna dificultad para incluir al psicoanálisis dentro de las prácticas
de la salud mental. Nosotros tenemos una posición no simple de exclusión sino
de compleja dialéctica con la salud mental. Pero es cierto que, en la práctica,
no es optativa, no permite una discriminación más allá de la de si se puede o
no cruzar la calle con un niño.
Texto
establecido por Carmen Ribés.
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